Usted está aquí

ASUNCIÓN, Paraguay - “Vinieron del monte, iban bajo tierra y para salir de debajo de la tierra tenían que emerger a un lugar lleno de palmares”.

Así es cómo el pueblo Sanapaná, que habita el Chaco Paraguayo, relata su origen, y desde su cosmovisión nos invita a conocerle: mujeres y hombres unidos troncalmente a las palmas, a los algarrobos, al caraguatá (una especie de agave) y al mistol.

Los pueblos chaqueños solo reconocen dos estaciones en su ciclo anual: la lluviosa y la seca. Puede ser tan árido, con una tierra tan dura que ni las herramientas logran horadarla; o tan lluviosa, con una cantidad exagerada de milímetros caídos en un breve momento, que todo se inunda, dejando incomunicadas por varios días a las personas que viven allí. Y en esta realidad, difícil en ambas estaciones, es que sobreviven, arraigados a sus tradiciones, a su cultura y a sus costumbres.

El Gran Chaco Americano es una eco región boscosa de gran diversidad, tanto ambiental como social. Por su extensión (1.066.000 km2), constituye la mayor masa boscosa de Sudamérica, después de la Amazonía, y comprende territorios de Argentina (62,19%), Paraguay (25,43%), Bolivia (11,61%) y Brasil (0,77%). La región está rezagada con indicadores económicos y sociales inferiores al promedio regional y a los promedios de los tres países principales.

El pueblo Sanapaná forma parte de la familia lingüística Maskoy, una de las cinco grandes familias que existen en el Paraguay desde antes de la colonización española. Hoy, está constituido por 3.470 habitantes, según el IV Censo Nacional de Población y Viviendas para Pueblos Indígenas 2022, que contó con el apoyo del UNFPA.

Rompiendo esquemas

Desde que tenemos memoria, el pueblo Sanapaná estuvo liderado por varones. Pero eso cambió hace algunos años, cuando María Jacinta Pereira Hicret (51 años), fue nombrada cacica, como ella misma se hace llamar, de la comunidad urbana indígena Redención o Yelshuacettema (pueblo de techos rojos), ubicada en el departamento de Concepción, a 413 kilómetros de la capital. Así se convirtió en la primera mujer que ocupó un cargo de esta naturaleza de su etnia, conocida en Paraguay. “Soy una persona muy caradura, che rova’atâ”, dice en guaraní, idioma oficial de Paraguay junto al español, y asegura que por eso la eligieron en el año 2008 para estar al frente de su comunidad, integrada por unas 200 familias con aproximadamente 500 personas de 7 pueblos diferentes: Sanapaná, Enxet sur, Guaná, Chamacoco, Angaité, Toba Qom, Paî Tavyterã.

El primer encuentro nacional de líderes indígenas del que participó le pareció majestuoso. “Eran todos hombres –recuerda– y yo la única mujer. Me sentía algo pequeña entre tantos varones, pero después, a través de los trabajos que iba realizando, demostré que una mujer puede llevar también la posta y aún más porque somos persistentes y tenemos más sentimientos de protección hacia nuestra comunidad”, afirma y asegura que para ella estar al frente de una comunidad multicultural es un incentivo, ya que la unión de diferentes pueblos es una herramienta más que necesaria, a fin de avanzar en temas de atención a la salud, a la educación y a la justicia. Hoy, en el marco del Día Internacional de la Mujer, conversar con Jacinta, como la conocemos los paraguayos, es una oportunidad para conocer de cerca la lucha de una mujer, indígena, quien enfrentó a una sociedad machista y racista para salir adelante y ejercer su liderazgo. 

Así como rico, el Chaco Paraguayo es difícil, y sobrevivir allí conlleva enormes esfuerzos, en medio de épocas de sequía y de lluvias intensas, luchando para conseguir agua o para soportar una emergencia más a causa de las inundaciones.

Como muchos otros pueblos, esto impacta negativamente en la agricultura y la ganadería comunitarias que son las principales actividades de las y los sanapanás. Las mujeres se dedican también a la alfarería y a la elaboración de bolsos, mantas, hamacas, ponchos, principalmente con fibra de caraguatá y que muchas veces son teñidos con colorantes naturales en negro y rojo. La comercialización de esta artesanía es otro desafío, ya que no se cuenta con rutas que faciliten el acceso a las comunidades.

Derechos que no se garantizan

Jacinta tiene tres hijos y con mucho esfuerzo logró terminar la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Concepción. Además, es perito indígena, personas que son designadas para trabajar exclusivamente en las diligencias procesales que involucran a sujetos de distintos pueblos originarios, como en los casos de asistencia a acusados, imputados o víctimas pertenecientes a comunidades indígenas asentadas en la circunscripción.

“Muchos derechos de las mujeres indígenas aún no son garantizados, como el respeto, la dignidad; son atacadas, violentadas, discriminadas y criticadas de manera prejuiciosa. Sobre todo, no se nos garantiza la prevención y la protección frente a la violencia”, comenta y remarca que es necesario seguir avanzando en estos temas a fin de alcanzar la plena garantía a sus derechos humanos.

Un mito del pueblo Sanapaná habla de la mujer tigre, de una osada mujer llamada Ke-ok que convivió con los tigres hasta convertirse en uno de ellos. Por eso, según la tradición de este pueblo, los tigres no atacan a las mujeres sanapanás. Entonces, no es ilógico pensar que, como la mujer tigre, Jacinta demostró su fortaleza y logró triunfar en un mundo masculino, y salió airosa con la consciente responsabilidad de seguir liderando a su pueblo para que emerja a un lugar lleno de palmares.

 

*******

 

Redacción: Carolina Ravera Castro.

Compilación: Zunilda Acosta.

Fotografías de Jacinta: UNFPA Paraguay/Luis Vera.

Fotografía del Censo Indígena: UNFPA Paraguay/Mario Achucarro.