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ENCARNACIÓN, Paraguay – Era a fines de mayo de 2021. Karen Heredia, mujer migrante y refugiada venezolana, tenía a su esposo José intubado y en coma, en una improvisada y abarrotada sala de terapia intensiva del Hospital del Instituto de Previsión Social (IPS) de Encarnación, tras haberse contagiado con Covid-19 en los momentos más críticos de la pandemia.

Ella llevaba casi un mes pernoctando a la intemperie en el patio, junto a otros familiares de pacientes, sin poder ver a sus hijos, que habían sido recogidos por una familia solidaria. El médico que trataba a su marido había salido por tercera vez a decirle que debía estar preparada para lo peor, pero ella se negaba a escucharlo.

“¡No quiero saber!  ¡Vaya y cure a mi marido, por favor! ¡Que sus manos sean las manos de Dios! ¡Ya verá que él hará un milagro!”, le decía ella al médico.

A poco más de un año de aquel momento crítico, en que le decían con mucha crudeza que probablemente su esposo José no volvería a despertar del coma, a ella aun le cuesta creer que hayan podido regresar desde el infierno.

“Fue uno de los momentos más desesperantes de mi vida. Yo solo pensaba en qué iba a ser de mí, viuda y sola, lejos de mi país, con mis dos hijos, con el más pequeño que es autista, sin dinero, sin recursos, pero me encontré con una increíble red de solidaridad de mis propios compatriotas migrantes venezolanos, de los médicos y enfermeros, de la gente de mi iglesia y de muchas familias paraguayas, que nos ayudaron desinteresadamente, nos dieron fuerzas e hicieron que ocurra el milagro. La solidaridad con los migrantes permite salvar vidas”, asegura Karen, a poco de subir al escenario a entonar canciones venezolanas durante una feria de la comunidad migrante, en la costanera de la concurrida Playa San José.

 

 

La odisea en busca de un nuevo hogar

Karen Rebeca Heredia Núñez (36), natural de Valencia, Estado de Carabobo, Venezuela, tuvo que abandonar su ciudad natal en 2018, viajando durante más de una semana en varios buses, con su hijo Efraín, entonces de 14 años, cruzando campos, selvas y cordilleras de tres países para reunirse con su esposo Efraín José Pulgar (42), quien ya llevaba varios meses buscando labrarse un porvenir en Lima, la capital del Perú.

“La vida en Venezuela se nos había vuelto prácticamente insostenible, por la crisis humanitaria, económica, social, política que está atravesando nuestro país. Empezamos a vender casi todo lo que teníamos, la casa, el auto, las pertenencias, solo para poder comprar comida. Fue cuando decidimos migrar. Primero mi esposo José fue a Perú y luego yo viajé a reunirme con él, tratando de gastar lo menos posible en el viaje”, narra.

En Perú trabajaron en múltiples ocupaciones. José, quien es músico y cantante, empezó a actuar en restaurantes a cambio de las propinas, con buenas ganancias. En Lima, Karen tuvo a su segundo hijo varón, Isaac, quien es autista. Llevaban casi dos años en Perú cuando José recibió la propuesta de otro músico venezolano de viajar al Paraguay para integrar un conjunto de vallenatos, en una ciudad llamada Encarnación. Las informaciones que recibieron sobre el país sudamericano motivaron a aceptar la idea y emprendieron una larga travesía por tierra, a través de Bolivia y el Chaco paraguayo, hasta llegar a la capital de Itapúa.

“Lamentablemente, el destino nos jugó una mala pasada. Llegamos a Encarnación el 8 de marzo de 2020, dos días antes de que se declare la cuarentena total por la pandemia del coronavirus. Todos los planes en torno al grupo de música quedaron truncados. Nos encontramos varados, sin medios de subsistencia y nuestros limitados ahorros se acabaron en poco tiempo”, relata Karen.

Apenas hubo cierta apertura, José salió a cantar en los ómnibus, a cambio de propinas, pero un esguince le obligó a guardar reposo. Karen salió a vender tortas y panes por las calles, y en una de esas ocasiones se contagió de Covid-19, que luego también contagió a José. En ella los efectos de la enfermedad no fueron tan fuertes como si lo fueron en su marido. “José se puso muy mal, iba al hospital de IPS, pero allí no había lugar, solo le daban remedios y le enviaban a casa para que repose, hasta que un día, el 5 de mayo de 2021, ya casi no podía respirar y tuvieron que internarlo”, narra Karen.

Allí empezó la odisea de la familia. José tuvo más de 40 grados de fiebre y su saturación de oxígeno bajó hasta el 34%. Fue intubado, entró en coma y los médicos le dijeron a Karen que se prepare para lo peor, pero ella se negó a aceptar las malas noticias, encontró fuerzas en la gran solidaridad de otros migrantes venezolanos y de muchos paraguayos y pudo resistir sin perder las esperanzas, hasta que José salió de terapia intensiva el 7 de junio. Contra todos los pronósticos, pudo volver a cantar.

 

Una canción de esperanza

“Aunque tenemos otras fuentes de trabajo, es la música la que hoy nos sostiene, junto a la creciente organización de la comunidad migrante en Itapúa”, explica Karen, quien actualmente trabaja en un local de venta de helados y chocolates artesanales, junto a otra empresaria emprendedora venezolana.

En la fresca noche de setiembre, las familias venezolanas ofrecen una feria de arte y gastronomía de su tierra natal, en una jornada de cohesión social en el Paseo de los Artesanos, como parte de la plataforma #R4V, como también se denomina el proyecto Mitigación de riesgos y servicios de respuesta a la violencia basada en género y de salud sexual y reproductiva a personas migrantes y refugiadas de Venezuela en Paraguay, que desarrolla el UNFPA, Fondo de Población de las Naciones Unidas, con fondos proporcionados por el Gobierno de los Estados Unidos y con un importante número de aliados locales como el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, el Ministerio de la Niñez y la Adolescencia, el Ministerio de la Mujer, la Secretaría Nacional de Cultura, Dirección de Migraciones, municipios y organizaciones locales de Encarnación, Ciudad del Este y capital, agencias de Naciones Unidas como OIM y ONU Mujeres, y la Asociación Civil de Venezolanos en Paraguay.

En el escenario desfilan músicos, cantantes y bailarines de Venezuela y Paraguay. Karen es una de las estrellas de la noche, al igual que su esposo José y su hijo mayor, Efraín.

“Nuestra canción es una canción de esperanza, porque es el sentimiento que nos sostiene, gracias a la maravillosa hospitalidad y solidaridad que recibimos de nuestros hermanos paraguayos”, dice ella, antes de que los acordes de una típica canción de su país la envuelvan y su melodiosa voz arranque efusivos aplausos en la festiva noche del Sur.

 

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Texto: Andrés Colmán Gutiérrez para UNFPA Paraguay.

Fotografías: UNFPA Paraguay/Desirée Esquivel Almada.